La ventana como la Meca, todos los cuellos a ella.
Miro, yo la miro.
En ella la higuera, a través de ella, más allá de ella.
Veo sus frutos aún verdes, intento distinguir sus cambios.
¿Es que esta tarde crecieron los higos?
Desde la ventana podría decirse que la higuera es mía,
en la calle la realidad es otra.
La veo ir y venir empujada por el viento,
atravesada por la luz del sur.
Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo, resistente, testaruda,
me salude.
Una higuera es un árbol, un árbol mujer y en él ella, el tiempo,
el sol, las tormentas pasan.
La veo que puja la fuerza de un fruto lechoso, calorípido.
Sus frutos no nacen de la dulzura,
pero lo son.
Ella reina de mi cielo de ventana.
Cuando en las veredas la manchas rojas sustituyan
a los higos verdes, los caídos ayer colgados
serán alfombra si otra vez no llegamos a tiempo
serán signo y habrá llegado la hora,
y algo habrá que hacer.
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