
Son las dos de la tarde, bajo los espejos que componen el techo del Viejo Puerto, acostumbrado a proteger a los turistas del sol marsellés, las pancartas se duplican por centenas.
Puntuales a la cita, miles de manifestantes esperan el comienzo del cortejo. Apagados por el sonido de una fanfarria que lucha contra la música de una batucada, chico, repique y piano se hacen lugar confirmando el mito de que nunca falta un uruguayo, pese a la escasa cantidad que habita este mundo. Enmascarados pero juntos, miles de personas comienzan a llegar, sindicatos obreros, sindicatos de la salud, sindicatos de la educación, estudiantes desde la más joven edad, colectivos feministas, anarquistas e integrantes de distintos sectores de la izquierda francesa, así como asociaciones de jubilados y militantes de pie toman las calles. Varios integrantes del nuevo gobierno local, opositores a Emmanuel Macron, acompañan la marcha.
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