5G de AMOR

Políticos, sexólogos, instituciones de salud, influencers y familias recomiendan la masturbación en tiempos de encierro. Los nudes, a los que tanta gente temía hasta hace apenas unos días, viajan por toda suerte de cables y redes. Hay videos, llamadas desesperadas, grabaciones por mensaje de telegram y pajas virtuales de toda índole. Los sitios pornos liberan data y tanto usuarias como usuarios la consumen, (como siempre), pero la vergüenza cae y la necesidad se vuelve vanguardia. Entretenimiento y placer montaron en el ranking de quienes ya tenían cubierta la olla.

Pero no solo de sexo viven las personas, hay quiénes dicen estar escasas de abrazos, estar carentes de besos, de mimos. En definitiva, de gestos de amor. No es raro que este conjunto de necesidades que desde hace tiempo viven su momento de approach mediante los medios virtuales, hoy tomen otro tenor y se amplifiquen en formas de relación y convivencia en línea. Sí, dije convivencia.

Con esto quiero decir que hay parejas que nacen, se desarrollan y mueren en las redes. En ese corto lapso de días, semanas o meses, estas personas, no sólo comparten aspectos del tipo sexual si no que desarrollan formas vinculares concretas, rutinarias, hasta casi profundas y por sobre todas las cosas, (aunque lo nieguen), «proyectadas».

Esta pandemia, en paralelo al punto más alto de consumo de Amazon, trajo consigo el boom de Tinder, Happn, Once, Meetic, Grindr, OkCupid, etc. A mi entender por motivos no muy distintos…
Pero no quisiera concentrarme en las parejas que se encuentran en sitios desarrollados con este fin donde las afinidades de un algoritmo identifican y acercan personas. Si no, que me despiertan mayor interés las que se vinculan mediante otros medios de legitimación: los otros.
Me refiero a las personas que toman contacto mediante redes: facebook, instagram, twitter gracias a ser «amigos de». Vamos al ejemplo, Mario tiene un amigo en común con Marta, Marta no puede confiar en él. Marta no acepta su amistad. Pero si Mario tiene setenta y cinco amigos en común con Marta, para ella no sólo será fácil aceptarlo si no que Marío tiene la puerta prácticamente abierta para ser considerado «un amigo».

Uso este ejemplo porque me sirve para adentrarme en uno de los temas que más me impactan de esta nueva forma de interacción que es la aceleración de los procesos vinculares. Les cuento que en tiempos de corona hay gente que se ennovia, se proyecta y se separa sin haberse tocado un pelo y que mañana contará a este suceso como una anécdota sin importancia sin desmedro de que en ella haya invertido tiempo, se haya expuesto, haya cambiado su rutina, dejado sentimientos y todo esto al cabo de días, horas o semanas.

Vuelvo a empezar, Mario y Marta se conocieron gracias a la cantidad de amigos que tienen en común. Claramente viven, vivieron o visitaron el mismo país. Son fanáticos de la misma música, cuadro de fútbol, playa, vaya una a saber… Quizás comparten hobbies como la cocina, la carrera de embolsados o el rugby. Toda esta información a la que podemos fácilmente acceder ya que es de acceso público, sirve de excusa para sus primera comunicaciones.
No pasa mucho antes de que uno u otro declare sus intenciones, «quiero conocerte», «me gustaste» u otras frases del estilo. En menos de tres días, (y estoy siendo bien generosa). Mario y Marta pasaran de la red social a otra que les permita comunicarse con mayor «comodidad» ya sea por costumbre o por funcionalidad. Una red que permita, audios, videos, fotos y fundamentalmente genere la sensación de tener un contacto «tête à tête». En general se utilizan aplicaciones que carecen o en las que no prevalece el uso del timeline, muro, espacio de uso «público». Una mensajería per se y no una mensajería aplicada dentro de una red con más amplias funcionalidades.

Poco a poco, el cotidiano de Mario y Marta comenzará a verse afectado por la aparición de «lo nuevo», léase: mensajes al despertar, fotos de comidas, enlaces de música, videos, chistes, memes. Y en tiempos de confinamiento: fotos de ventanas, grabaciones a la hora de los aplausos, recitales en balcones, noticias científicas, políticas, conciertos en vivo, filósofos de moda, crowfounding para donaciones, información útil para hacer clases de yoga, tai chi, tejido a dos agujas, confeccionar máscaras, entre otros.

La necesidad crece al mismo tiempo que la intensidad, Marta ya no podrá dormirse sin recibir las buenas noches de Mario. Mario se cambiará de remera para no que no parezca que no se baña en cada selfie que le manda a Marta y así. El universo del otro se produce, viaja y penetra por esos tubitos invisibles que unen a nuestros dispositivos. En cuestión de nada la necesidad del otro se impone y la utilización de los medios se multiplican, no porque no fueran suficientes hasta ahora sino porque la necesidad de adecuación es tan grande que en proas de emular la presencia ya encargaron en Amazon un proyector y lentes 3D que les permita sentarse uno al lado del otro a la hora de cenar

A esta altura luego del primer almuerzo cortan la llamada con la clara sensación de haber encontrado algo que se parece al amor. Acto siguido, llaman a un amigo, amiga, postean en Twitter, suben una foto en Instagram y cuentan lo bien que les va. Sin duda que Mario y Marta han encontrado algo nuevo, una persona con la que compartir el tiempo. Con la que posiblemente se atraigan, se diviertan o se distraigan. Sus amigos no van a demorar en decirles «pará un poquito, recién la/lo conocés» pero aunque la razón pueda entenderlo, la sobredimensión que adquiere el encuentro «fortuito y distanciado» genera un estado de obnubilación donde los protagonistas de la historia se llenarán de sentimientos.

Y esto es algo que me genera una sincera curiosidad, que me llena de preguntas. Los sentimientos muy a pesar de su duración y resistencia, existen y son «reales» aunque sea entre comillas. Aunque sea en ese marco de realidad. Existen dos personas del otro lado de sus pantallas que sienten: alegría, tristeza, exitación y por qué no de alguna manera, amor.
Sucede, (y esto son siempre y puramente intuiciones pero es lindo escribirlo como si de una verdad se tratara), que la pantalla y la distancia funcionan como una especie de filtro fotográfico que permite mantener una cierta ajenidad pero que contradictoriamente habilitan el ingreso instantáneo y desmedido de una nueva persona en el ámbito hasta ahora concebido como: la intimidad.

Ejemplo, Marta lleva tres días conversando con Mario, cada día tienen más tema, coinciden en sus puntos de vista o simplemente pasaron los últimos años mirando la misma batería de series en Netflix. Al día tres, Marta en plena conversación precisa ir al baño y ya no se pierde en eufemismos ni corta la llamada, sino que le anuncia sus necesidades a Mario, a quién ya vio en pantuflas y camiseta de dormir, gira la cámara y continúa orinando mientras le explica por qué Unorthodox es tan buena o mejor que la Casa de Papel.
Algo que antes podría haber llevado años como compartir el baño pierde su calidad hiperintimista al estar mediado por una aparato conectado al que puedo simplemente apagarle la cámara. Hay una ocupación de territorios que se trastoca completamente y que convive con la continua sensación de que ese otro está acá pero en realidad no lo está, o sí.

Si bien el tema es vasto y yo primero escribo y luego me instruyo, de manera totalmente contraria a lo que se debe hacer, voy a renombrar los intereses de estas primeras hojas antes de continuar. Me interesa curiosear, (sabiéndome incapaz de saber), acerca de la aceleración de la evolución de los vínculos debido a la intermediación tecnológica. Además de intentar entender el funcionamiento de la percepción emocional que estos producen. Todo cortito y a las patadas.

Volviendo a Mario y Marta, estos están a punto de llegar a la primera semana de intercambio. Ya se han contado la mitad de sus vidas, compartieron fotos de parientes, tuvieron su primera pelea pero la llevaron bien, están al tanto de los otros vínculos que frecuenta cada uno en vivo o por redes y hasta mandan saludos a esos totales desconocidos.

Ahora se quieren ver…

La necesidad de que este vínculo mute de la realidad virtual a la espacial genera distintos efectos, que en tiempos «normales» podrían ser medidos fría y simplemente de acuerdo a las posibilidades que estos tienen en sus vidas. Si viven en la misma ciudad, país, continente. Si sus horarios, días libres o vacaciones coinciden. Si cuentan con los medios para concretar la reunión. Pero en tiempos de confinamiento, cuarentena forzada, tránsito controlado, trenes cancelados y fronteras cerradas los procesos son forzosamente más complicados, más largos, únicamente virtuales o clandestinos.

Inherente a este amor entre las nubes, existe un momento emocionalmente fuerte que es el de la reflexión pre realidad espacial que se aplica en tiempos con corona y sin corona; partiendo siempre de la base de una relación que ha vivido un período inicial de desarrollo, (no solamente de encuentro o «match»), en las redes sociales. Es el instante preciso en el que Mario y Marta comienzan a analizar los pro y los contras de mudar de esa relación de ceros y unos a una de cuerpo presente, porque digámoslo de una manera simple, las necesidades y las expectativas cambian.

Admitamos que la posible y sobretodo futura concreción del encuentro está momentáneamente vedada por una pandemia mundial que los tiene seca y simplemente, sin copular. En ese caso las necesidades y las expectativas se estiran a lo largo de los días aumentando las necesidades. Sumando apetito sexual y exigiendo a nivel intelectual porque es imperioso cubrir el vacío, renovar la sorpresa y no aburrirse porque bastante tiempo se le ha invertido ya y es necesario convencerse que esto va a funcionar.
El caso contrario pone en cuestión nuestro criterio y nadie, ni Mario, ni Marta están en condiciones de sumar al stress cuarenténico la necesidad de asumir que son unos descriteriados. Pasando a las expectativas, estas tienden frecuentemente a mutar al límite de ansiedad con un fuerte e inevitable riesgo de terminar convertidas en frustracion. La altura de una determina el impacto de la otra. Cuidado.

El proceso sería algo así: contacto – amor profundo – sexo virtual – proyectos para toda la vida – ansiedad – frustración: fin.

Para quienes a esta altura de la lectura me están odiando y se acuerdan que en realidad escribo desde la total ignorancia, (repleta de anglicismos sin vergüenza alguna). Y para peor sin haber leído antes a quienes saben de verdad y que de lo que digo no sé nada. Les doy toda la razón. Sepan que siempre aspiré a tener una columna en la Cosmopólitan. Pero como a todes nos gustan las historias con final feliz, les cuento que hace tres años estuve en Tenerife y me alojé en un cuarto de Airbnb que quedaba en casa de una pareja de chicas: digamos Carolina y Lin. Lin era coreana y Carolina local. Con la segunda compartí varios paseos, (esto sería material para una crónica de economía colaborativa y amistades), en ellos me contó que se habían conocido con su actual esposa gracias a un bug en una aplicación de encuentros para lesbianas.
El sitio dejó abierto durante dos días las opciones para usuarias vip que entre otras cosas implicaba el «matcheo» con usuarias radicadas en el exterior. Por esos días, Carolina se iba a dormir cuando Lin tomaba el tren para ir a su trabajo, intercambiaron teléfonos, unos buenos días y buenas noches cruzados y al cabo de unos chateos y unas vacaciones de cinco días decidieron casarse y allí estaban. Felices y hasta ahora subiendo fotos en Instagram.

Pero habíamos quedado de hablar de historias nacidas de otros lados que no fueran sitios de encuentros amorosos, así que les puedo contar que hace unos años estuve en un casamiento en la ciudad de La Plata. Se trataba del casamiento de dos tuiteros, que enamorados por sus discursos pasaron del timeline al mensaje, del mensaje al Skype, de ahí un avión que unió a dos grandes capitales de America del Sur, viaje va, viaje viene…tres citas más tarde estaban conviviendo y hoy suben fotos de su hijo a Instagram. Parece que eso hacen las parejas, suben fotos en Instagram.

Y podría seguir y contarles las historias post confinamiento que escuché esta semana pero de ejemplo sobra un botón. Sí, hay historias que salen bien…

De todas formas, para el ochenta por ciento de las otras, (y estoy siendo generosa porque esto siempre me caracterizó), sepan que el período de duelo dura lo mismo que el de enamoramiento, un par de horas, de días o semanas en el que ya empezaron a conversar con otra persona y todo vuelve a empezar.

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