Sin lugar para turistas

Qué ridiculo sería si cada vez que terminamos de tomar vacaciones escribiéramos una despedida. Yo no sé qué son las vacaciones desde hace algunos años porque en general ostento una vida de recurrente desocupada, empleada a medios tiempos, de trabajadora precaria, de explotada sudamericana y otros tipo de status que no me dejan lapso para vacacionar por lo que he decidido que mi vida se vuelva nómade y no es tomando descanso de ella que me muevo, si no viviéndola, ocupándola con un estilo marginal.

Desde hace dos meses el sitio es Marruecos y quienes compartieron mis jornadas de cerca saben de este espíritu trotamundo aunque la edad ya no lo encuentre recorriendo las noches. Creo que siempre regreso a una imagen que me quedó de una noche en París cuando esperé que sacaran la comida vencida de un supermercado para llevármela y en el mismísimo acto un muchacho, que supe después era un refugiado que había llegado al país entre pateras y caminatas, me tocó el hombro y me dijo: te vas a enfermar, si querés te invito a cenar. El resto de la historia no tiene importancia, pero esa imagen me acompaña desde entonces y me significa muchas de las vivencias que componen mi vagabunda existencia.

En este país, a pesar de ostentar pasaporte rojo y cara de gauría (gringa), conseguí hacerme de varios.as amigos.as. Y sí, puedo decir que es un país hermoso, tras tener la suerte de recorrer el norte, pispear el sur e instalarme en Rabat. Pero no es sólo su geografía, su historia, su cultura, ni su increíble comida la que me detiene en términos de admiración. El tiempo, ese manejo de un tiempo nuevo que es como perderse en un constante no saber, la certeza de que hacer planes es una tarea titánica, inch allah (si dios quiere), te contesta la gente y sí, ojalá que así sea, que llegue el plomero, que el tren respete la hora, que la panadería abra cuando dice el cartel y así. Pero de una manera u otra, las cosas funcionan y el que no se adapta a esto, pierde y pasa mal. Hay tanto por hacer…Esta tierra tan injusta, tan mal repartida, tan corrupta está habitada por personas que tuve la suerte de cruzar en mi camino y aunque me encantaría escribir guías que faciliten un verdadero paseo por el país, al final siempre se trata de eso, de la posibilidad del encuentro y yo tengo el corazón detenido en dar las “gracias”.

Es martes y aún no me he ido, no tengo impreso el billete de avión, ni terminé de armar mi bolso, aunque sí lo comencé, no porque tenga apuro en irme, aunque también quiera estar en otros lados. Si no, porque en mi vida cuando toca irse, una se va. Y es darme la orden y el camino siempre ha sido para adelante sin mirar atrás. Me recuerdo haciendo cajas, desarmando mi primer apartamento en Montevideo mientras mi amiga Paola lloraba y me trataba de desalmada por mi frivolidad para reducir la vida a tres cajas e irme. Pero cuesta cada vez más despedirse, cuesta pensarse toda esparcida en porciones. Dicen que hay que irse deshaciendo para que el final nos consiga más livianas. Volverse de todas partes es perderse de todas partes, también.

Dejo un trozo de mí en Larache, donde me preparan los mejores panachés del mundo y me hacen descuento para poder charlar “en español o en italiano, como quiera usted”. Dejo otro pedacito en casa de Naima que me enseñó que la cándidez es una de las formas más puras de comunicación. Me quedan pedacitos de cada una de esas charlas, de esos ojos esperanzados de Samabalarache. Pienso en la masa de jovenes queriéndo partir y me apena, al mismo tiempo que comparto sus motivos algo me dice que se pierde mucho cuando tanto talento se va. Temo pensar en esos potenciales perdidos, en esos corazones partidos por el mundo, por un nuevo mundo que cada vez es más cruel. Me falta un abrazo con Said, una última charla de esas que pasan de lo banal a lo filosófico y donde lo único inteligente termina siendo escuchar. Voy viajando con el ritmo de la música gnawa y mi inutilidad para la coordinación. Dejo en Rabat, un rincón disfrazado de hogar, en él reí, leí, cociné, lloré, conversé las madrugadas, amé. Dejo amistades que la vida dirá si nos vuelve a reunir. Me guardo una de las compañías más dulces, uno de los compañeros más fieles, alguien que me enseñó a bajarme de mi soberbia con una mirada, que me acompañó en mis reflexiones, me cocinó infinitas veces, con quién miré películas, leí en voz alta, que me cuidó enferma y me protegió cuando hizo falta. Es esta la tercera vez que cruzo la frontera, cada vez un poquito más, unos días más, una temporada más larga.

Ojalá un amigo haya viajado en mis abrazos. Quisiéra ser tantas, repartirme en mis deseos, obedecerlos, pero hay una realidad que nos condiciona y una mortalidad que nos corre sin piedad.

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